Podría decirse que fue una mañana laboral más de agosto. El frío seguía marcando la pauta en esta gris ciudad saturada de invierno. Miles de personas en sus trabajos, haciendo de sus vidas una constante cadena de rutinas y pesares. Nadie sospechó al verme pasar de los terribles acontecimientos que estaban prontos a suceder. Cómo iba a ser, si después de la habitual ducha matinal, corresponde ponerse esa máscara socialmente aceptada de desagrado y preocupación. Como iba a ser si son 30, 40 e incluso más de 60 minutos de circular en confabulado silencio hasta esos productivos lugares en que te absorben la gracia natural que debiera surgir de ti. Cómo iba a ser , si ni yo mismo, con toda esa perceptividad que de la cual suelo jactarme fui capaz de darme cuenta de las sorpresas que el destino me iba a preparar.
Desde temprano todo se concilio para que sucediera. Una clase que no existió, compañeros que no llegaron, una secretaria que no aportó, una estufa que no se prendió, un trabajo a medio hacer, mil peleas de por medio ¿cómo no iba a suceder? Colapso que le dicen. La angustia o ansiedad, apoderándose de mi existencia como una atrevida ola de tsunami arrasando con las existencias y años de esfuerzo y trabajo de toda una comunidad. ¿Como no iba a suceder?
Solo, desgarbado, incapacitado, sin posibilidad de desahogo, eufórico de tanta contrariedad. ¿Cómo no iba a suceder?
Hace miles de años, sino millones, se creó nuestro sistema nervioso. Todos lo tienen, más o menos desarrollado, desde la mosca que disturbia nuestro comer o descansar hasta Einstein y su teoría de la relatividad. Todos somos esclavos de esa maraña de cables y sinapsis que definen nuestro reaccionar, actuar, pensar y sentir. ¿cómo no iba a suceder entonces?
Prendo el computador. Mi nuevo PC transportable. Siento la angustia en mi ser. La somatizo en mi corazón, en mi sangre fluyente, en mi piel y mis músculos.
Aparece el menú habitual. Tengo que avanzar en lo que se supone me hizo venir tan temprano en una ciudad tan colapsada de invierno, pesadumbrez y frío. No me han cumplido- pienso- ¿por qué debería yo hacerlo? Nadie me obliga. - Recapacito.
Me distraigo, sin saber que ya estoy fuera de mi control habitual. No busco lo que debiera buscar según mis obligaciones habituales. Llego a mi blog. No pienso y mando todo a la mierda. No sé como, pero me enfrento a la alternativa de suprimir y lo hago. Suprimo. Ya no tengo más bló. Respiro tranquilo y comienzo a trabajar. A las horas llegan mis compañeros. Ya no siento el corazón, mi sangre, ni mis músculos antes inertes, sociabilizo como si nada, avanzo en lo acordado, soy mi yo habitual. Produzco y progreso.
Es curioso como uno reacciona a las contrariedades. Es curioso como la gente lo hace. Antes, mucho antes, uno escapaba del diente de sable o atacaba, en grupo, al mastodonte. Ahora esos no existen. Son otros los peligros, pero el cuerpo está acondicionado y preparado, después de miles de años de adaptación, a correr o atacar. Entonces no es raro que sobredimensionemos y nos dejemos manipular por la parte más primitiva de nuestro cerebro. Existen mil formas de hacerlo o subsanar la ansiedad que se nos produce. En mis años más mozos, solucioné un par de veces el problema con un Tip Top o cartonero. Aun tengo las cicatrices, pequeñas y muy minimizables, pero grandes en significación. He aprendido y manejo distinto mi frustración, pero aún así catastrofizo. Y lo hice a través del bló. Nunca he tenido nada que borrar de lo que he escrito. Nada que alguien pueda sacarme en cara y hacerme sentir mal. Aún así, lo hecho, hecho está. A lo hecho, seno. No queda otra.
Es verdad que me siento un poco como Isabelle Huppert en “La Profesora de Piano”, pero que más da. Si después de todo es un juego.
JaJaJa. ¿de eso se trata todo? Se puede ser Thalia o alguien te mira. Es un juego y no más que eso. ¿o es algo más? Yo, ahora me lo cuestiono.
Eso
B.